La Cruz Malpica (o monte Malpica) es uno de los tres cerros que rodean Nájera. Es el de menor altura, pero el más representativo. Y dicho cerro en su punto más alto aloja una enorme cruz de hierro. En el siglo XII el monte Malpica albergó una comunidad judía de la que a día de hoy solo quedan restos apenas perceptibles.
En la web de Amigos de la Historia Najerillense podéis descubrir dichos montes y espacios de interés de Nájera de forma virtual: https://amigosdelahistorianajerillense.com/najera-virtual/
Al turrón
En nuestros años de infancia, era una actividad habitual en la chavalería subir a los montes najerinos a construir «casetas», a lanzarnos a toda velocidad sentados sobre cartones por las laderas (a ver si conseguíamos rompernos un hueso o perder alguna pieza dental), o la más divertida, organizar «guerras de piñas», ya que todos los montes najerinos están poblados de pinares y la materia prima abundaba.
Pues no tendríamos más de 11 años, a mediados de los 80, cuando tuvo lugar aquel suceso «paranormal» que nos mantuvo en vilo unos cuantos días.
Subíamos a la Cruz Malpica mientras atardecía un sábado cualquiera de primavera. A medida que ascendíamos entre los pinares, el cielo tornaba a un intenso color rojizo a la par que el sol se desvanecía por el horizonte. Cuando nos hallábamos a mitad de camino, oímos tenuemente, casi fundido con el murmullo del viento rozando las hojas de los pinos, una especie de música, como voces de coral, muy aflautadas, fantasmagóricas, y que conforme ganábamos altura se hacían más y más intensas. La melodía no seguía un patrón muy concreto y éramos incapaces de distinguir de forma clara si eran voces humanas o instrumentos musicales, resultando realmente desconcertante.
Y para más inri, por aquellos años cayó en mis manos un libro de Bécquer, de «Rimas y Leyendas» (de mi hermano probablemente) y justo había leído unos días antes «El Miserere de la Montaña», que quien me manda a mí, con lo caguica que soy.

Así que para que quieres más. Me acojoné, y contagié al resto (tampoco me tuve que esforzar mucho).
Con total unanimidad nos dimos la vuelta y bajamos. Primero despacio, tranquilos y desafiantes, para terminar a los pocos segundos dejándonos llevar presas del pánico, corriendo entre los pinos como alma que lleva el diablo. Y en menos de lo que tarda en presignarse un cura loco ya estábamos en la plaza de España contando al resto de cuadrilla lo ocurrido.
Valiente (pero poco) es mi segundo apellido.
Al día siguiente, como no podía ser de otra forma, subimos de nuevo. Eso si, de mañana, con el sol bien alto, el cielo despejado y con una figurita fluorescente de la Virgen María encerrada en el puño, que toda protección es poca. (Figuritas que por cierto, nos daba Doña Merceditas, nuestra profesora de religión, cuando nos portábamos bien.)

Ascendimos muy despacio, recelosos, aguzando los oídos para ver si se repetía aquella misteriosa experiencia. Pero ni coros, ni cánticos, ni flautas ni la madre que los parió. Nos plantamos en la cruz y allí no había nada de nada. Inspeccionamos el suelo y los matorrales cercanos por si había algún resto o pista que indicara lo que había pasado allí la tarde anterior. (si, a ver si algún fantasma del coro se había olvidado la flauta travesera).
Pero lo único que había allí era una cruz y cuatro idiotas.
Aliviados y decepcionados a partes iguales emprendimos el viaje de vuelta. Habíamos descendido unos pocos metros cuando se levantó una intensa ráfaga de aire primaveral, momento en el que empezaron de nuevo los cánticos, con una inusitada energía.
Pero esta vez no nos resultó nada paranormal, sino muy físico. La cruz primitiva estaba formada por unos tubos huecos, y dichos tubos contaban con múltiples perforaciones para aliviar el peso. El aire al entrar de una manera concreta por los tubos perforados de la vieja cruz, la hacía silbar como si de cientos de flautas se tratara. Ese sonido, unido a nuestra efervescente imaginación las transformó en «coros fantasmales» la tarde anterior.
Bajamos orgullosos y satisfechos por haber desvelado el extraño fenómeno, pero no sin mirar con cierto recelo a nuestras espaldas cada vez que se levantaba un poco de aire.
Iker, esta vez te has quedado sin misterio.
Es una buena idea para un videojuego de msx