ELLOS | Tercera Parte – La Confrontación Final

Parecía un domingo cualquiera, un domingo más de ese verano del 86, en un Nájera animado por la algarabía de turistas y veraneantes.

Nada nos hacía presagiar, a mis amigos y sobre todo a mi, que precisamente ese caluroso domingo de verano iba a significar tanto en nuestras vidas.

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Domingo. 12:45. Después de misa.

La mañana del domingo la dedicamos directamente a las recreativas. Jugamos a los juegos de temática militar y karate que existían allá por el 86, “complementando” nuestro entrenamiento para enfrentarnos a “Ellos”.

commandoEstuvimos en «Ciriaco», dándolo todo en el Commando. En este juego, de scroll vertical, te convertías en todo un guerrillero y tenías que dar buena cuenta de los enemigos que iban surgiendo incansablemente a un ritmo frenético. Bien lo sabía el mítico “Rafa Espaciales” ya que era su máquina favorita.

kungfu-masterDe «Ciriaco» nos fuimos al «Bar Choquita», y allí repartimos puñetazos y patadas con el Kung Fu Master (y su inolvidable “Voila!” cuando dabas un salto con patada). Este era un juego muy adictivo y de los mejores de karate de aquellos años. Causó auténtico furor.

galivan-cosmo-policeCuando ya llevábamos fundida media paga nos acercamos hasta el «Deportivo», que siempre tenía máquinas muy cañeras. Allí jugamos al Galivan Cosmo Police, un soldado del futuro que también repartía sus buenas dosis de galletas y disparos.

green-beretY del «Depor», atravesamos todo el pueblo enfilando la cuesta de San Fernando para subir al bar «The Queen’s», (cerca del barrio de Wichita) donde disfrutamos de toda una joya de los juegos de guerra, el Green Beret. En este juego te convertías en un experto Boina Verde.

En definitiva, lo que nos cundió esa mañana resultó ser lo más parecido a nuestro plan de entrenamiento de toda la semana. Osea nada.

Y con eso nos dábamos más que satisfechos para poder luchar contra “Ellos” si la ocasión así lo requería.

Aunque guardábamos sin saberlo un as en la manga, una baza que iba a aportar un giro a toda la historia e incluso, a nuestro futuro.

Cine Villegas. 17:00. Karate Kid.

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Víctor con su Flash de Kiwi

– Cuidado chicos, Víctor se ha comprado un flash de kiwi – Avisó Moi

– ¿Otro? Pero si llevas ya tres… te han de sentar mal, por sagaz. – Le increpé mientras me hacía a un lado ya que lo veía venir.

– ¡No subestiméis el poder de la fuerza! – Exclamó con voz de ultratumba mientras levantaba el flash a modo de espada.

…y ¡¡¡ZAAAAS!!!

– ¡¡¡AYYYY!!! ¡¡¡Jode que daño!! ¿Estás tonto o que? – Le recriminó Chuchi, que se había llevado todo un señor mandoble en la riñonada.

Lo había vuelto a hacer. Cada vez que se compraba un flash, lo empuñaba como si fuera un sable láser y nos sacudía sin piedad en las costillas. Teníamos que andar ojo avizor si no queríamos ser víctimas del improvisado Jedi.

Aprovechando que Chuchi le estaba recriminando yo me situé en la cola del cine Villegas, delante de la diminuta taquilla.

Al cine se entraba justo delante de la hamburguesería Las Ocas, muy cerca de “Ciriaco”. Allí tenía la taquilla, y a la derecha de la puerta de entrada, el ambigú.

La salida era por la calle mayor, en la zona de Calzados García, al lado del antiguo Casino.

Me gustaba mirar dentro de la taquilla y escudriñar. Veía esos habitáculos como algo especial, seguramente debido a las diminutas ventanas desde donde te entregaban la entrada, ya que al ser tan pequeñas tenía la impresión de que escondían algo. (Y mi naturaleza cotilla que también aportaba lo suyo)

Seguramente muchos no lo sepan, pero en el Doga o en Managua, por ejemplo, desde la taquilla se controlaban casi todas las luces del cine, y existía un enorme panel de control formado por interruptores y seccionadores eléctricos de aquellos años que me apasionaba examinar sin perder detalle. (como cualquier cosa que por aquel entonces, tuviera cables, motores y bombillas, la verdad)

En el Villegas sin embargo, aparte de la silla y de la señora con rulos que nos vendía las entradas, no había mucho más que ver.

– Hola, cinco entradas…- Me giré a mis compañeros para que «soltaran» los cinco duros de rigor – Víctor, deja de hacer el mono con el flash, y dame cinco duros.

– Cinco duros dar para entradas tu sacar, joven padawan – Me respondió.

– Víctor, ya te vale ya con la tontería. – No quería admitirlo, pero me empezaba a preocupar seriamente por la salud mental de mi primo con el temita de Star Wars y los flash de kiwi. (aunque en años venideros llegaría «El Señor De Los Anillos que ya fue el acabose)

Comienza la película.

Pues allí que entramos al ambigú del Villegas, y nos aprovisionamos de unas galletas napolitanas que eran espectaculares, no como las de ahora.

Las Napolitanas de antes eran impresionantes y estaban buenísimas (y las galletas también). Tenían azúcar y canela como las de ahora, pero eran mucho más largas (como cuatro galletas de las actuales), y claro, lo complicado era hacer que nos duraran toda la película.

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Otro dulce muy típico que comprábamos allí en el ambigú eran una especie de tabletas de palomitas con miel, tan pringosas como ricas.

Y de refresco era costumbre pedir en el ambigú del Villegas un Sanitex o una Mirinda (refrescos de naranja o similar), y sobre todo, en mi caso, una sidra dulce. (Siempre que iba con mi padre caía una sidra dulce).

Mirinda y Sanitex, los refrescos de la época.
Por cierto…¿Os suena la niña del anuncio? …¡¡A mi tampoco!!

Los refrescos te los servían en un vaso de vino, y lo pedíamos siempre lleno a rebosar, de forma que tenías que encaramarte a la robusta barra de granito, y pegarle un sorbo previo, ya que si no, al ir a retirar el vaso, se desbordaba el preciado y burbujeante líquido.

Después de bebernos la sidra de rigor, accedimos al cine, y el acomodador, muy servicial (a veces César, «el bigotes», y otras veces Federico) nos iba indicando con la linterna el lugar donde sentarnos.

Evidentemente no le hacíamos caso alguno, y nos dedicábamos a deambular por la sala a medio oscuras incordiando al personal hasta encontrar las localidades que más nos convencían (a ser posible cerca de chicas) si bien antes no terminábamos con la paciencia de Federico.

La oscuridad se adueño de la sala acompañada de algún grito de emoción e impaciencia, para posteriormente reinar el silencio, y comenzó la proyección de los trailers de las próximas películas.

– ¡¡¡Chsssss!!! – Comenzó Lucas a pedir silencio, sin venir a cuento.

Chuchi rápidamente capto sus intenciones y le imitó – ¡¡Chssss!! ¡¡Chssss!!

Los de la tercera fila comenzaron a increparnos pidiendo también silencio. – ¡Callaros ya!

– ¡¡¡Chssss!!! ¡¡¡Chssss!!! ¡¡¡Chsssssssss!!!

– ¡Silencio! – Exclamó por lo bajines Víctor uniéndose a la fiesta.

– ¡¡Chssssss!! ¿Os queréis callar?- Lucas insistía subiendo aún más el tono.

En muy pocos segundos el cine se convirtió en un hervidero de gente gritando y pidiendo silencio entre risas, y con el bueno de Federico buscando desesperadamente con la linterna a los incitadores del alboroto.

Viendo que aquello se les iba de las manos pararon la proyección  encendiendo de nuevo las luces de sala. En ese momento, como en otras ocasiones, miré a Lucas y vi que, ruborizado pero muy divertido, sonreía orgulloso. Lo había vuelto a conseguir.

– ¡Si no calláis no ponemos la película y todos a la calle! – Exclamó Benjamín (el de la Ferretería) a viva voz entre aspavientos desde la sala de proyección. Miramos hacia la pequeña ventana y pudimos distinguir la silueta de Benjamín y al lado probablemente su hijo José Domingo.

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Foto de Benjamín y su hijo José Domingo. Este último no pierde detalle de los fotogramas de la época del «destape»
…¿O es de «Cinema Paradise»?

En la sala se hizo un silencio sepulcral ante la amenaza, solo roto por alguna risita esporádica, y entonces si, comenzó Karate Kid.

La película nos impresionó sobremanera, fue todo un espectáculo. Divertida, emotiva y muy motivacional. Nos enganchó de tal forma que salimos del cine completamente alucinados, habiendo disfrutado cada segundo de proyección.

Esto no era novedad, tenía lugar siempre que veíamos una película de Bruce Lee o de «Chinos a Hostias». Salíamos del cine eufóricos, con más nervios que un filete del Mercadona, imitando cada movimiento de los héroes de la película y repasando en voz alta los momentos “épicos” del film.

Pero Karate Kid fue más que todo eso.

– !!Eh, y cuando coge la mosca con los palillos!! – Exclamó Chuchi haciendo el gesto con las manos – !Tomaaaa¡ ¡Y va y la coge!

Allí estábamos, emocionados, en plena Calle Mayor, repasando cada detalle de la «peli».

– ¡¡”Suelte” de principiante, Daniel San!! – Imitaba Moi con marcado acento chino.

– ¡Bah, yo el otro día cogí dos moscas al vuelo, y a la vez! – Comento Lucas.

– ¡Pero no con palillos, listo!

– Y el capullo del entrenador malo diciendo ¡Dale a la pierna, dale a la pierna! – Gritaba Chuchi extasiado.

– Si, pero al final el señor Miyagi se llev….

En ese instante Víctor, que iba justo por delante, me cortó la frase parándome en seco y señalando con la cabeza lo que se avecinaba a unos metros.

Mi cuerpo entró rápidamente en tensión. A escasos diez metros, y completamente ajenos a nosotros, estaban reunidos, hablando en corrillo, ni más ni menos que “Ellos”.

En esa ocasión solo estaban tres, bueno, realmente cuatro, ya que a los tres le acompañaba un mocoso con pintas de macarrilla, bastante más crío que nosotros y que no iba a suponer problema alguno.

Yo vi clara la ocasión, sobre todo estando en superioridad numérica, cinco para tres.

Habíamos entrenado toda la semana (poco o nada), y sobre todo, salíamos de ver Karate Kid, ni más ni menos, con un notable subidón de adrenalina e insensatez, a partes iguales.

No esperé ni un segundo. Me adelanté a Víctor y deje al grupo justo detrás de mi, cubriéndome las espaldas, y ejercí de líder.

Evitando por todos los medios que me temblara la voz, les grité con tono totalmente provocador.

– ¡Eh, vosotros!

La verdad que no se si por el ruido de la calle o por el hilillo de voz que me salió (la teoría es una cosa, pero la práctica es otra bien distinta), el caso es que ni se giraron.

– ¡Eh, os estoy hablando, tontolabas! – Elevé notablemente la voz. Ahora si. Había captado su atención.

La gente que salía del cine inundando la Calle Mayor y otros muchos que paseaban tranquilamente, se percataron de la situación y lentamente se retiraron formando una especie de círculo.

Ellos

La cuadrilla más temida de todo Wichita, estaban delante de “Nosotros”, y yo les estaba azuzando como nadie nunca se había atrevido.

El primero en girarse vestía un chandal blanquiazul. Era Ángel, el del “Dover” (el que fue camarero del “Boffy”). Me sonaba porque había comenzado a entrenar con el Náxara de portero. Era enorme.

En volumen, en un «Ángel» cabían perfectamente dos «Antoñitos» y quedaba hueco para un par de maletas y unas raquetas de playa.

Con una expresión de absoluta incredulidad me miró y apuntó hacia si mismo con el dedo índice, dudando de que realmente me estuviera refiriendo a ellos.

– Si, si, os hablamos a vosotros, a vosotros tres – Insistí acompañando la frase mientras les señalaba.

Ángel le dió un codazo cómplice a su compañero, que también se giró extrañado. Era Sebastián, aunque todos le llamaban Sebas, otra inmensa mole de fuerza y músculo.

A pesar de tener los mismos años que nosotros estaba mucho más formado, de hecho casi nos sacaba una cabeza, y ciertamente, el muy bestia era capaz de sacarnos la cabeza, pero literal.

Pero aquella noche, el miedo no entraba en nuestros planes. Yo estaba allí, firme, valiente y orgulloso, encabezando a mi cuadrilla, con la total convicción de demostrar nuestra valía.

El último de “Ellos” en percatarse de la situación, el tercero en discordia, era ni más ni menos que Jesús Arza, el más barriobajero de todos con diferencia, y el líder y cabecilla.

El más pequeño que les acompañaba de mirada vivaracha, nos observaba refugiado detrás de Sebas. Más adelante supimos que era un tal Jorge Tuesta, de apenas 9 años, pero con unas greñas y vestimenta que ya apuntaba maneras.

– ¿No nos habéis oído? Os decimos a vosotros, ¿O es que estáis sordos, imbéciles? – El insulto resultó realmente efectivo, y de echo me sorprendí a mi mismo ante tal arranque de valor.

En el corro de gente que nos rodeaba se hizo el silencio solo roto por algún solitario murmullo.

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Los estaba calentando sobremanera…

Jesús dio un paso al frente, abriendo sus brazos evitando en cierto modo que Sebas y Ángel tomaran la iniciativa y se liara la del tres de mayo antes de tiempo. Ese gesto impidiendo la confrontación era una clara señal. Tenían miedo, o como mínimo, respeto.

Jesús era todo un macarra. Vestía una camiseta negra con la imagen de un oscuro grupo de rock, Deep Purple, y unos pantalones pitillo del mismo color, todo acompañado por unas greñas rubias mal peinadas, que reforzaban su imagen de quinqui. Auténtica carne de presidio.

– Toño, mira…. – Comenzó a hablar con tono condescendiente.

Pero no le dejé. En la lonja de Chuchi, entre teta y teta de Sabrina, había leído en una revista militar que la mejor defensa es un buen ataque, así que la llevé a cabo.

– !Cállate¡ – Le corté con aspereza – Hoy vamos a hablar nosotros. Queremos que sepáis – Hablé muy despacio y tranquilo, pero con un tono contundente – Que estamos hartos, muy hartos, de que siempre os estéis metiendo con nosotros.

El corro alrededor nuestro se hacía más denso y se cerraba cada vez más. Notaba una a una las miradas de la gente clavadas en mi nuca. Pero no importaba. Me sentía arropado por mi cuadrilla, y eramos cinco contra tres. Muy mal se nos tenía que dar para que nos «zurraran» a los cinco.

– Estamos hartos de que os riáis de nosotros, de que nos jodáis las partidas en «Ciriaco», de que nos reventéis las casetas que hacemos en el monte, de que nos hagáis aguadillas en la piscina…

Ángel miraba a Sebas, y Sebas a Jesús pero ni se movían. El pequeño Jorge seguía escondido detrás de ellos. Aquello estaba funcionando.
Seguí la arenga cada vez con más intensidad, subiendo el tono de voz y la rotundidad.

Era mi momento. Nuestro momento.

– Y sobre todo, cada uno de nosotros, estamos hartos de que no nos respetéis.

¿Lo entendéis? ¡¡CADA UNO DE NOSOTROS!! – Ellos se miraban entre sí sin dar crédito.

Proseguí con tono burlón – ¡¡Y si no lo entendéis os hacemos un esquema!!

Estaba funcionando, estaban paralizados y yo me había venido arriba.

Era cierto lo que decían, los abusones dejan de serlo cuando les plantas cara.

– ¡VAMOS, QUE ESTAMOS HARTOS DE VOSOTROS, QUE NOS DEJÉIS EN PAZ SI NO QUERÉIS TENER MOVIDA, PAYASOS! – Y di por cerrada la arenga, que por los resultados, había funcionado.

Jesús me miró con una mezcla de extrañeza y temor, para, seguidamente, preguntar.

– Toño, ¿Por qué hablas en plural?

Mierda.

Un terrible presentimiento se apoderó en ese instante de mi, mientras un sudor frío estremeció todo mi cuerpo.

Giré lentamente, casi sin atreverme, la cabeza, y el peor de los presagios se cumplió.

solo_en_casa_2671_645xDetrás de mi no había nadie. Mi cuadrilla no estaba ahí. Me habían dejado completamente solo, y yo me había venido arriba vacilando a la cuadrilla más peligrosa de Wichita.

Mi estómago fue aflojándose a la par que mis piernas comenzaban a temblar. Me iban a caer más tortas que en un concurso de panaderos a falta de pan.

Tenía la sensación de que el circulo de gente que nos rodeaba comenzaba a hacerse cada vez más estrecho y angosto, y notaba tímidas risas a mi espalda, presagiando la tragedia.

Mi cuadrilla me había abandonado y la lluvia de hostias iba a comenzar de un momento a otro (y por aquel entonces yo estaba sin asegurar).

Sebas, Ángel y Jesús, al entender la situación comenzaron a reírse a mandíbula batiente. No se habían atrevido a acercarse antes ya que estaban desconcertados por mi actitud.

Pero ahora estaba completamente a su merced.

Y en ese preciso instante cuando tomé la decisión.

En ese momento algo diferente pasó en mi. Me dí cuenta de que era ahora o nunca. O pelear con dignidad o suplicar para siempre.

Recordé Karate Kid.
Liberé mi mente, completamente en blanco.
Me concentré.

Repetí mentalmente el entrenamiento del señor Miyagi, registrando en mi cerebro cada combate, cada gesto y cada movimiento.

Sentí mi cuerpo en tensión, mis brazos comenzaron a moverse prácticamente solos en armónicos gestos mientras acompañaba cada acción con la voz.

– Dar cera, pulir cera… Dar cera pulir cera…

Mi nivel de concentración aumentó. Mis manos describían arcos perfectos a mi alrededor, formando una especie de invisible barrera.

Ya no sentía a la gente, simplemente desapareció.
Me sentía solo.
Único.

Notaba como la concentración comenzaba a adueñarse de mi cuerpo, el ritmo era cada vez más fluido.

– Dar cera, pulir cera… Dar cera pulir cera…

Increíble, estaba sintiendo el poder del Karate.

Mi delgado cuerpo era todo tensión. Presentía que de un momento a otro se acercaría «a saludarme» el primero de “ellos”, y sin dudarlo tendría que pelear.

No importaba. El nivel de concentración era tal que podía controlar cada músculo de mi cuerpo.

La energía fluía latiendo con más y más fuerza, pulsante, y mi mente y mi cuerpo en absoluta armonía, eran uno.

Solo estábamos “Ellos” y “Yo”

– Dar cera, pulir cera… Dar cera pulir cera…

El primero en acercarse fue Sebas, el más grande y fuerte de todos.

Daba igual quién fuera. Estaba derrotado. SABÍA LO QUE TENIA QUE HACER y cómo hacerlo.

– Dar cera, pulir cera… Dar cera pulir cera…

Avanzó con paso firme, mientras miraba estupefacto. Sin embargo, a menos de un metro frente a mi, se detuvo bruscamente, absorto, con la boca semiabierta, mientras acompañaba rítmicamente con la mirada el movimiento hipnótico de mis manos.

Lo tenía donde quería. Yo era pura concentración. Pura energía. Estaba a mi merced.

– Dar cera…pulir ce…

En ese instante algo extraño tuvo lugar. Sebas dejó de mirar mis manos. Un detalle inesperado captó su atención, desviando la mirada arriba, al cielo, y con un gesto entre extrañeza y miedo, señaló al firmamento con su mano izquierda.

Estaba pasando algo allá arriba, y por su expresión no era bueno. Yo instintivamente miré para descubrir lo que había atrapado la atención de Sebas… y en ese instante sentí una corriente de aire y un silbido intenso que se acercaba a mi cara por la derecha.

Claro.
Era su otra mano…¡¡¡PLAFFFFF!!!

– !!!DAR OSTIA!!! – Gritó divertido. – ¡¡JA JA JA!!

Menudo tortazo. Me había engañado vilmente. Mientras me despistó mirando hacia el cielo, su gigantesca manó derecha, completamente abierta, había golpeado mi cara desde la mandíbula hasta las cejas pillando también el oído.

Me dio semejante tortazo que le hubiera enderezado el cuello al mismísimo Stephen Hawking.

La mitad de mi campo de visión se tornó negro con fulgurantes destellos blancos, rojos y amarillos en efervescencia, mientras un terrible e intenso pitido se instaló en mi oído derecho.

Me había metido un tortazo a mano abierta con palanqueta que literalmente, me estaba haciendo ver las estrellas.

tortazo tremendo

En ese momento apenas recuerdo nada, solo se que me cagué en Karate Kid, en el señor Miyagui, en la cera hasta de las velas, y en la madre que parió al gilipollas que inventó las películas de chinos.

Trastabillando, y totalmente conmocionado por el tremebundo guantazo, atiné como pude a mirar a mi alrededor. Me bailaban tanto los ojos que era incapaz de ver a un cura en un montón de cal.

La gente alrededor de mi reía a carcajadas ante la estrategia y el tortazo. Sebas se descojonaba vivo de espaldas a mi, sujetándose la barriga, y por cierto, completamente despistado.

Nadie se esperaba lo que iba a pasar.

A pesar del golpe, vi todo muy claro, ese era el momento.

Sebas despistado, Ángel y Jesús riendo a carcajada totalmente ajenos a mis intenciones…  solo se percató de que algo no iba bien el pequeño Jorge, pero no supondría un problema para mi. No le daría tiempo a reaccionar.

Ninguno lo tendría.

Me recompuse como pude, comprobé que mis piernas recuperaban la estabilidad, tensé mi cuerpo y mis brazos y abatí mi cabeza a un lado y a otro, recuperando la fuerza en todos mis músculos.

La iba a necesitar.

Recobré nuevamente la concentración, y mirando a mi alrededor cerré tan fuerte como pude los puños, e hice lo que todo el mundo esperaba.

Salí corriendo de allí como alma que lleva el diablo, abriéndome paso desesperadamente entre la gente y llorando a moco tendido.

No paré ni miré atrás hasta llegar a casa, a la protección del hogar, y buscar consuelo abrazando a mi adorada madre, mientras entre lágrimas y pucheros varios, le contaba lo sucedido.

Lunes. 9:15. Colegio San Fernando.

– ¡¡Toño, que tal ayer!! – Me preguntó Moi, bajo la mirada atenta de Lucas y Chuchi, mientras examinaba mi cara todavía enrojecida con la marca de la mano de Sebas.

– Dejadme en paz, cabritos, que me dejasteis solo.

– ¡¡Que va!!! Replicó Lucas indignado mientras Moi comenzaba a dar las pertinentes explicaciones.

– Yo es que me marche a hablar con Tere y Sara, que habían estado también en la película y ni me di cuenta de que te habías enfrentado a «ellos». – Relató disculpándose. – ¡Pero si llego a estar les hubiésemos dado una paliza de muerte!

– ¿Y tu, Lucas?

– Jode, que lío. La que se preparó… Salió el acomodador y Benjamín a por mi, se ve que alguien se chivó de que había sido yo que había dado guerra al principio de la peli, y tuve que poner pies en polvorosa. Libré de chiripa. – Aclaró Lucas – ¡Eso les salvo, porque si llego a estar…!

– Si, si, ya. Y Víctor, que fue el que me avisó, ¿Que pasó con él? ¿También se marchó? – Repliqué completamente incrédulo ante las explicaciones.

– Uff, Víctor te agarró el brazo si, porque se iba…se iba pero de vareta. Tanto flash, tanto flash que le entró una descomposición brutal y tuvo que marchar a los baños a evacuar. Todavía estarán en el Choquita limpiando el evento… ¡¡Que la fuerza les acompañe!!

– Jode que casualidad. Y tu Chuchi, ¿Y tu? ¿También te fuiste?

– Yo no me fui, yo estaba allí, pero estaba de perfil, y como soy tan delgadito nadie se dio cuenta…pero lo vi todo, no te creas. No intervine porque no participé, que si no…

– ¡Sois unos desertores! Todavía me pitan los oídos del tortazo que me dio el animal de Sebas. Por quereros sacar la cara casi me sacan los dientes. Eso si, lechones… ¡Primera y última!. – Les grité indignado.

– Perdónanos, Toño – Declaró Lucas arrepentido mientras Chuchi y Moi asentían con gesto de pesadumbre.

– Ya da igual, más vamos a perder nosotros. Si antes nos hacían la vida imposible, a partir de ahora ni os cuento…

En ese momento Chuchi se acerco con gesto curioso, ya que había algo que no le terminaba de cuadrar.

– De todas formas, Toño – Me preguntó en confidencia – Con todo lo que aprendiste en Karate Kid, con lo que te concentraste, ¿Cómo es que no pudiste con ellos?

– ¿Que por qué no pude con ellos? ¿Aparte de porque no me ayudasteis? – Respondí con gesto serio. – ¿Sabéis por qué no pude con ellos?

– No, ¿Por qué?. – Preguntaron casi a la vez.

Todos se quedaron expectantes. Tome aire y respondí.

– Porque nosotros vimos Karate Kid, pero “Ellos” venía de ver…

 ¡¡¡ Una de BUD SPENCER !!!

Fin.

¡Bonus Track!

Nota del autor:

Ellos es un relato de ficción que trata sobre nuestra infancia, con un vínculo común a través de las máquinas recreativas. La historia es ficción con tintes reales, tratando de unir en una línea argumental muchas situaciones e imágenes de aquella época para  conseguir que cualquiera que haya vivido la infancia en Nájera se sienta rápidamente identificado y le traiga recuerdos a la memoria.

Los personajes son reales para darle más verosimilitud al relato, pero sus roles no corresponden con lo que se relata en muchas ocasiones. Yo no era líder ni cuando jugaba solo, y los «malos» precisamente son todo lo contrario, tanto Sebas, como Jorge, como Jesús o como Ángel, son unos cachos de pan, al igual que mi cuadrílla como Lucas, Víctor, Moi y Chuchi, y otro muchos que irán apareciendo. Dichos personajes están ahí por que los recuerdo de aquellos años, o por la cercanía actual, y siempre desde el cariño, como no.

Así mismo puede haber elementos que no sean exactamente como los indico, o material fotográfico que se pudiera añadir para reforzar más los relatos. En ese caso eres tú, lector, a través de tus comentarios, tus historias o tus fotografías el que puedes colaborar, ya que esto es un blog abierto a todo el mundo, y sería divertido que participaras.

¡¡Espero que os haya entretenido lo suficiente y os haya traido buenos recuerdos!!

La imagen de la entrada es una modificación de un cartel de Star Wars VII, de themadbutcher y está en la web de Deviantart. Puedes verlo completo aquí

Antonio Hermoso

Informático Ochenter, 1/3 de LaDinamo.com y músico, teatrero & humorista aficionado. En mi infancia no comí dulces ni chucherías ya que lo gaste todo en las recreativas. Desde siempre me han apasionado los videojuegos, y sobre todo saber como se creaban, como estaban programados, y esa inquietud me ha llevado a mi profesión actual. Juego Favorito: Bump And Jump

2 comentarios en “ELLOS | Tercera Parte – La Confrontación Final”

  1. Hermoso, tu capacidad para invertar situaciones de lo más surrealistas no conoce límites. ¿Quién se iba a atrever a meterse contigo con esas gafas que llevabas? Si estaban hechas de pura forja y los cristales eran retales de las vidrieras de Santa María La Real. ¿Quién se iba a atrever a romper esos lupos, sabiendo que como los tuviese que pagar no volvería a pisar Ciriaco por el resto de sus días?…..

    P.D. Eres un mamoncín, pero te lo digo todo con cariño. Un abrazo, ARTISTA.

  2. Gracias Jorge!!! Por cierto, de las gafas que Jorge comenta un día pondré fotos porque eran más grandes que mi cara…

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