Antonio Hermoso | HISTORIAS DE OCTUBRE
Sucedió a mediados de los ochenta, no contaría más de 9 años y ya gozaba de una adelantada libertad que me permitía pasar largas horas fuera de casa.
La verdad es que no era una excepción. En aquellos años, entre los quehaceres cotidianos de los padres, no era habitual la continua vigilancia de sus pequeños, tan justificada (o no) hoy en día. No teníamos móviles, ni forma cómoda de comunicarnos con nuestro hogar. Una vez traspasábamos la puerta de casa éramos absolutamente libres. Peligrosamente libres.